“¿Qué se decidirá cuando ya no nos invada la ansiedad, cuando el recuerdo del encierro se desvanezca gradualmente y cuando las desigualdades reveladas por los terribles acontecimientos que vivimos se vean de nuevo ensombrecidas por el activismo cotidiano? Temo que la prisa por «salir» de la crisis nos haga olvidar las condiciones en las que entramos en ella y que el «regreso a la normalidad» sea, según la lógica de la pendiente más pronunciada, un «regreso a lo anormal”
(Philippe Meirieu)
Por Esteban Carbonaro
La llegada del COVID-19 destartaló, resquebrajó pero al mismo tiempo reconfiguró una escuela que se vio impulsada a dar nuevos trazos en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Puso en evidencia que aquella escuela de las finalidades, muchas veces la que llamaremos del cumpli-miento debía reinventarse y pensarse desde un nuevo dispositivo y que no admitía comparación. La escuela del devenir, la que se está gestando en tiempos de pandemia donde la copresencial es solo un recuerdo y una posibilidad y nuevas tecnologías toman la riendas, nos interpela a una escuela otra, que no es sino aquella que está-siendo y nos invitan a pensar si este estar-siendo no debería ser parte de esa brújula que quedó perdida debajo de las baldosas de algún patio.
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La escucha de nuevas voces, o los matices de aquellas que ya resonaban nos invita a preguntarnos si a veces es necesario volver la mirada hacia atrás para dar nuevos inicios. ¿Destruir el mapa? ¿borrar algunas líneas? ¿tenerlo de referencia para volver a pensarlo? Muchas veces es un comenzar y recomenzar que se vuelve una instancia única y muchas veces más enriquecedora de lo que comúnmente se suele asociar. Las instituciones a menudo vinculan esos nuevos comienzos como parte de fracasos; donde los significantes contradicción y conflicto son conceptualizados como parte de una limitación de aquel abordaje que piensa la gestión de lo escolar como un engranaje.
¿Recuperará ese docente esas aulas abandonadas? ¿Cuánta sanción posible existe desde un marco legal vetusto que no fue pensado para una escuela que sobrevive en las paredes de los hogares? ¿Será desde el marco de la vigilancia la instancia que permita la continuidad pedagógica, ese fantasma que se saca por la puerta y entra por la ventana?
Docentes, alumnos y padres reconfiguraron su rol en el espacio de la escuela que lo atraviesa todo. Por ende, la escuela está en cada ambiente del hogar, en cada dispositivo, cruza la barrera de lo privado y lo público. Esa escuela que resistía a los laberintos, a las contradicciones de la red y los nodos y pugnaba por la linealidad estalló. Por consiguiente, existen nuevas situaciones que demandan sincerarnos con la escuela, revisar nuestro compromiso y elecciones y animarnos a decidir qué modelo de escuela defendemos y cómo queremos habitarla, ya sea en la sala de profesores o con ojotas en el living.
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En tiempos de aislamiento y distancia la escuela se vuelve volátil. Pero al mismo tiempo la norma la invade una vez más y remarca pinceladas que deben dejar registro de datos. La información es central en un contexto donde personas contagiadas, aisladas, recuperadas y fallecidos se han vuelto el horizonte que dirime nuestras posibilidades de desplazamiento. Así, lo escolar se convierte en otra imagen posible que replica a la sociedad del algoritmo del mundo pandémico 2020-2021. Y en el medio, atravesados, detrás de las pantallas, los cuerpos. Hay cuerpos. Hay carne. Hay vida. Parte de esta distopía tan temida pero que hoy conforma el presente del mundo solo se lleva a cabo si hay cuerpo. Así, la escuela emprende su tarea arqueológica para saber algo de los fósiles estudiantiles. En sus muros no queda más que recuerdos. Paredes que soportaron afiches, baños con escrituras in(apropiadas), pizarrones con restos, bancos (des)ocupados. Restos. Restos de cuerpos. La escuela debe cambiar de territorio y se erige un nuevo mapa haciendo arqueología desde las pantallas. Cuerpos que se vuelven solo cuadrados de un zoom. Cuerpos cuadrados. Escuchar a esos cuerpos que habitan la escuela-hogar o el hogar-escuela.
¿Es una nueva escuela la que surge en tiempos de un encierro distinto? Hacer arqueología de lo escolar más allá de recabar estados, situaciones, necesidades y resolver problemas también es oportunidad para construir, componer y hacer escuela en nuevas condiciones. Una arqueología del continuo mutar es una escuela del puro devenir, que siempre lo fue pero que un virus pudo desenmascarar.
Las imágenes de Pre-Pandemia y Pandemia de lo escolar conforman fotografías de una trama que tendrá un posible panorama completo con la Post-Pandemia. Sin embargo, pueden intentarse algunas posibles pinceladas que permitan hacer comparaciones de estos momentos. Pensar en estas instancias es abrazarse a la idea de internalizaciones, naturalizaciones y significantes que han perdido su flotablidad. También es una oportunidad única para deconstruir la estaticidad de una institución, poco crítica en muchos casos de su praxis y con limitada apertura al devenir que caracteriza la vida social.
¿Qué ocurre en la escuela de los devenires ante lo imprevisto y lo evanescente? ¿Qué permiten aquellos pliegues que se desvían de la vigilancia constante de esos guardianes kafkianos que protegen la ley? ¿Quién es la ley en la virtualidad? La continuidad pedagógica es ese baluarte a proteger ante la ambigüedad, la falta de conexión y la no respuesta. Ese débil pero al mismo tiempo fuerte hilo de Ariadna que lleva a no perderse en los laberintos de la escuela remota. Lo clandestino que siempre se escrudiñó entre y ante las paredes de los muros disciplinarios en la virtualidad encuentra nuevos senderos para enceguecer la vigilancia que se hace carne en la luminosidad de las pantallas.
¿Cuánto de la escuela remota fue pensada como otro dispositivo, único y en sus albores para replicar un calendario y cronograma de acciones pensado para otro momento y modalidad de enseñanza y aprendizaje? Aquí hay un indicio para desandar el hilo que lleva a la ley. En tiempos de excepcionalidad no puede repetirse aquello que sirvió en otra normalidad y reiterar moldes que ya no pueden ajustarse a nuevas temáticas que emergen como la lava de un volcán.
Cartografiar la escuela del devenir es (Ges) tionar/tar con un contexto siempre complejo, en este caso una pandemia. ¿Y si el problema se vuelve en el punto de partida? La escuela está constituida por retazos de una trama vital que la hacen día a día todos aquellos que la surcan, la atraviesan, la hieren y la curan al mismo tiempo. Ser, estar y habitar la escuela es abrazarla como energía, potencia y movimiento. Quienes elegimos cartografiarla apostamos a un continuo estar haciendo y que no concluye nunca. Pensar una escuela es dar a los docentes también el lugar de intelectuales y no meros ejecutores de las políticas de un estado que bajo el ropaje de científicos gestiona en y desde el encierro. Mucho panoptismo disfrazado de inclusión que solo acentúa desigualdad y militancia y populismo combinado con demagogia. ¿Será éste el nuevo mapa para pensar la cartografía que vincula escuela y democracia con políticas educativas con un estado ausente y un gobierno que cierra escuelas y deja estudiantes y docentes a su libre albedrío? En este cartografíar la Argentina actual ¿Quién abandonó finalmente a todos aquellos que cayeron en la escuela pública?