Acusar a los jóvenes para tapar la escasez de vacunas

La culpa la tienen los jóvenes. Por su irresponsabilidad, por las fiestas clandestinas y porque no les da la gana de usar barbijos en pleno verano, los dueños de los bares, restaurantes, y la gente común que trabaja hasta tarde o quiere darse un respiro tomándose algo, ahora debe encerrarse… Al menos así se vende el relato oficial.

Por Luis Pico

Alberto Fernández recibió al joven que fue presidente de mesa, discriminado  en redes sociales - Télam - Agencia Nacional de Noticias

Dedito acusador. Ese mismo que de marzo a esta parte apuntó contra los chetos, los runners, los que marchaban contra el gobierno. Curioso: en ningún momento el gobierno se animó a reconocer que alguna de sus decisiones haya fallado. Mucho menos admitir que agotaron psíquicamente a más de uno o que le quebraron las finanzas a muchos de los que trabajan.

¿Por qué el dedito acusador no señala al gobierno, que prometió un millón de vacunados antes de fin de año? ¿Por qué no se señala que repentinamente redujeron esa cantidad a apenas 300.000? Qué les puede importar responsabilizarse, total, no es más que otro par de promesas incumplidas, que no pudieron limpiar ni siquiera con el aparato de propaganda que quiso vender un simple avión que voló a Rusia como si se tratara de un cohete espacial con destino a la luna.

Mientras el mundo vacuna ―Chile, acá al lado― en Argentina no se tiene certeza sobre las vacunas. No se sabe cuánta gente ha sido vacunada, ni siquiera si se les garantizará la segunda dosis, indispensable para que la primera no haya sido en vano. Eso para quienes se dieron la Sputnik, opaca, carente de estudios prestigiosos que prueben su efectividad, como sí sucedió con la de AstraZeneca/Oxford, que prefirió llegar tarde pero seguro.

Con todo, de repente ventilan la posibilidad de adquirir un millón de vacunas chinas, también misteriosas, que levantan suspicacias por lo mismo que la rusa: las impulsa un gobierno con poca credibilidad científica, de la cual sí gozan Pfizer, Moderna y la susodicha AstraZeneca/Oxford, la cual no tiene fecha para distribuirse ni aplicarse pese a que podrá fabricarse en el país.  

Y tampoco el famoso acuerdo con Pfizer, con dimes y diretes entre el gobierno y los laboratorios, pudo firmarse.

Dicho en pocas palabras: Argentina está casi sin vacunas, entre desconfianza e incertidumbre. Pero el panorama quizá sería diferente si en 2020 quienes ahora quieren encerrar nuevamente a la población hubieran garantizado las vacunas, famosa luz al final del túnel que conlleva esta crisis sanitaria. Quizá entonces el dedito no apuntaría a los jóvenes, enemigo de turno bajo la mirilla oficial. Ni perjudicaría sectores como el gastronómico, uno de los más diezmados por este virus.

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