Las calles vuelven a lucir desiertas. Los comercios mantienen bajas sus persianas, las mesas de los bares fueron retiradas de la vereda y otra vez los colectivos y trenes transportan a menos pasajeros de lo que parecía hacerse habitual como en otra época, no muy lejana. Marzo, mes asociado a la catástrofe, al claustro, está a la vuelta de la esquina. Y coincidentemente con él, uno que otro funcionario, incluido el propio Alberto Fernández, deslizan que quizá no sea descabellado, si así lo llegasen a considerar, retomar el encierro absoluto ante la amenaza ―siempre presente, nunca se fue― de la pandemia.
Por Luis Pico
La postal, desde luego, produce un recuerdo aterrador. Y el miedo no hace más que incrementarse, helar el cuerpo, con el mero ejercicio de proyectarse, aunque fuera medianamente, en esa circunstancia dentro de poco.
Pero, ¿puede la Argentina bancarse otra “cuarentena” absoluta? Vamos por partes….
Desde el punto de vista político, salvo que se concretaran operativos intensos y eficientes de vacunación que permitieran liberar rápidamente a la gente, los resultados pudieran ser suicidas en un año de elecciones. Subestimar el hartazgo de una sociedad que da muestras inequívocas de agotamiento mental, emocional, denotaría un exceso de confianza que pudiera pagarse muy caro en las urnas.
En cuanto a lo económico, con miles de negocios quebrados, pérdida masiva de puestos de trabajo en blanco, y una catarata de deudas por pagar para quienes pudieron evitar el cierre de sus negocios, otra encerrona no haría más que aumentar ese bulto de basura bajo la alfombra, ahora camuflado por las idas y vueltas de quienes salen todos los días a laburar, a comprar algo que necesitan, o simplemente para distraer su mente, diezmada del estrés que supuso 2020.
No crean que ver una pizzería o un bar abierto a 30% de capacidad sea sinónimo de prosperidad, de no haber cortado gastos o cabezas para no caer en quiebra.
Tampoco sueñen con que ese padre de familia que le compró un juguete a su hijo por Navidad no tuvo sobresaltos de marzo a esta parte.
Ni olviden que los chicos, y también los jóvenes, por supuesto, jamás volvieron a pisar un aula como corresponde, pese a que en el medio sí volvieron los casinos.
Si creen que pese a las “grandes aperturas” a las que conllevó la “nueva normalidad” relajaron a la gente, jamás dejen de lado el recuerdo de la “antigua normalidad”, en la cual volaban aviones, iban y venían trenes, subirse a un micro era normal, como el viajar de una provincia a otra o el poder despedir a los muertos. Y no, no se trata de poner el dedo en la llaga sino de no permitir que quienes escriben el relato les borren los recuerdos, les trastoquen la psiquis, les quieran hacer ver como normal lo anormal.
En cuanto a lo sanitario, mucho no hay que agregar: 44.000 muertos con un gobierno que se pavoneaba de poder impedir que murieran “10.000 personas, como en Europa”, y que prometió un millón de vacunas antes de fin de año pero solo pudo traer 300.000 de la que más suspicacias genera, no por un tema mediático o por provenir de Rusia, sino por la falta de pruebas, de estudios, por parte de sus creadores. Y que en un principio se aplicarían personas mayores, que solo por un impulso de Putin, descubrieron que no debían darse.
Repetir la misma receta de 2020 solo puede traer los mismos (nefastos) resultados en 2021. O empeorar el panorama de aquí a 2022. Encerrar a todos, cerrar todo, en la práctica, no resultó.
El tiempo dirá si los fantasmas de cierre, que por ahí pareciera amenazan con rondar, no vuelven a hacer de las suyas.