Resulta un producto de los cambios de la sociedad Moderna hacia la sociedad Postmoderna.
Por la Lic. Andrea M. Máscolo*

Desde el punto de vista científico, sabemos que desde los inicios de la Modernidad, es decir, desde los siglos XV hasta el XVIII (hasta el XIX en el caso de las Humanidades y las Ciencias Sociales) se produjo una verdadera revolución científica. Desde un conocimiento revelado por Dios, paradigma propio de la Edad Media, hasta un conocimiento objetivo, independiente de los sujetos que investigan y conocen. En el siglo XX surgen dos nuevos paradigmas que intentan superar esta “asepsia científica”: la Teoría Crítica y el paradigma de la Complejidad.
Sin embargo, la Postmodernidad que comienza a instalarse a partir de la Crisis del Petróleo en 1973 pone en cuestionamiento no sólo a la Economía Moderna, sino también a las instituciones propias de la Modernidad – incluyendo la Escuela- y al conocimiento científico por sí mismo, degradándolo al status de opinión o creencia. Cualquier creencia adquiere status de ciencia. El terraplanismo puede resultar simpático, pintoresco, pero ¿podemos decir lo mismo de los antivacunas que ponen en riesgo a la población infantil? En EEUU los padres que adhieren a la teoría creacionista no envían a sus hijos a la escuela – la acusan de adoctrinar a sus hijos con la Teoría de la Evolución-. Hoy en día resulta una tarea ardua rebatir dogmas con argumentos sólidos basados en evidencia comprobable.
Desde el punto de vista político, los partidos políticos, como toda institución moderna, se encuentran cuestionados como tales y en muchos casos se han convertido en comunidades de fe y, como tales, dogmáticas. Si bien es un fenómeno global, Loris Zanatta dice, con mucho acierto, que el Peronismo desde sus orígenes constituyó una comunidad de fe, pecado que también se le ha achacado al comunismo en su momento. La comunidad de fe alimenta la subjetividad y otorga pertenencia. En cambio, en un partido político se trata de dialogar, buscar consensos y construir. El problema es que el dogmático, el fanático siente como una amenaza a cualquier desviación a su dogma o doctrina; cualquier disenso es interpretado como un cuestionamiento, una ofensa hacia su persona. Es muy difícil dialogar con un dogmático, imposible hacerlo con un fanático.
Desde el punto de vista educativo, la Escuela como Institución Moderna también se halla cuestionada. Una Escuela diseñada en el siglo XIX con docentes del siglo XX intentando enseñar – algo- a niños y adolescentes del siglo XXI; muchas veces inmersos en situaciones de extrema vulnerabilidad. El docente queda desorientado – y a veces, desolado- ante la pérdida de significatividad de la Escuela. Es allí cuando echa mano a lo que tiene: su propia subjetividad, sus creencias, sus dogmas. Y es allí donde entra la militancia partidaria en el aula.
El acto educativo es un acto político, pero la militancia partidaria no es un acto educativo. Y no lo es porque logra que la escuela se vacíe aún más de significado, constituyéndose su práctica en rituales casi religiosos, privando a niños y adolescentes – en especial, a los más vulnerables- de enseñanzas y contenidos que necesitan para afrontar su vida cotidiana, además de sesgar su pensamiento y evitar que desarrollen en plenitud la capacidad simbólica, la cual incluye al discernimiento.
En nuestra historia hemos tenido a muchos políticos que han ejercido la docencia en aulas de escuelas primarias o secundarias: la pregunta que podemos hacernos es si hicieron de sus aulas un comité.
*La autora es Docente – Psicopedagoga y forma parte del equipo de educación del Instituto de Políticas Públicas Crisólogo Larralde.