A un año del comienzo del gobierno de los Fernández la Argentina está peor de lo que debería ser e incluso de lo que imaginábamos. Todavía estamos esperando que el Presidente gobierne, que deje de echarle la culpa a otros., Cuando se postuló supuestamente sabía lo que iba a tener en sus manos – lo dijo en la campaña – y aseguró que el tenía la solución.

Por Luis Otero*

A un año, es hora de hacerse cargo y que los argentinos sepamos hacia dónde vamos, cuál es el rumbo y cuál el destino. Así podremos empezar a disminuir la angustia y la incertidumbre que genera la certeza de saber que así no tenemos futuro.

El país se parece a un barco que en lugar de ir viento en popa estuviera en la búsqueda del iceberg contra el que quisiera chocar.

Cada día que pasa se desdibuja más esta gestión sin rumbo, sin plan pero con proyecto político claro – siempre esbozado por la vicepresidenta – que nos empuja a mirarnos cada vez con más nitidez en el espejo de Venezuela. Este sábado 12 me lo decían los venezolanos, que con pena y sin resignación , nos volvían a advertir: «Esto que les pasa a ustedes nosotros ya lo vivimos, y miren hoy adonde estamos».

En el contexto de crisis y avance sobre nuestras libertades, ya no se habla casi de pandemia con 40 mil muertos. El tema principal es la Corte Suprema.
Pero la gente se va dando cuenta de que el problema es otro.

Y por momentos no se sabe quién gobierna este país que navega en el borrascoso mar de las contradicciones. Esas que surgen entre el «capitán» del barco y su entorno.
Pareciera que no es que no puede, ni que no quiere, sino algo peor, pareciera que no sabe, mientras entre lineas alguien le escribe otro recorrido, con otro discurso que nos marca una ruta que no nos lleva a puerto seguro.

Un «capitán» que no sabe si lo que dijo ayer lo puede sostener hoy, no sabrá mañana si lo que hoy dice y hace tendrá algún grado de coherencia con la actualidad, o las necesidades de una gestión que parece no arrancar nunca. Por «culpa de otros», claro.

A un año, todavía estamos esperando las mágicas soluciones prometidas a 45% de pobres, la mayoría de ellos menores de edad, con dos millones de los cuales no se alimentan adecuadamente. Vivimos en una economía devastada, con la ayuda de una política sanitaria medieval devastadora, más impuestos, asalto a las arcas porteñas con la clara intención de sacar de la cancha a un jugador que puede ser presidenciable en 2023.

Agréguenle el avance salvaje sobre la Justicia, violentando el sistema de división de poderes para devaluar al sistema republicano más que al dólar. Y una vicepresidenta que ningunea al presidente y le marca la cancha, la agenda, el discurso, los funcionarios contratables para que «funcionen» y el triste papel que interpreta el «capitán», de justificarla todo el tiempo, incluso diciendo que lo que ordenó la señora se le ocurrió a él en realidad.

Una república jaqueada por actitudes monárquicas, de la época del despotismo ilustrado, aunque no tan ilustrado.

Por eso esta semana lo único para celebrar además de que en 2015 la gente interrumpió este proceso destructivo por cuatro años, es que hace 37 años asumía Raúl Alfonsín, el padre de la democracia. Esa que hoy nos toca defender más que nunca.

Tenemos que estar unidos, alertas, no resignarnos. Puede ser el final del populismo si entendemos la trampa, si no creemos el relato y protegemos a nuestra juventud del adoctrinamiento. Es hora de involucrarnos, y la oportunidad es ahora. Nuestros hijos van a tener un país mejor y depende de nosotros. De todos nosotros.

---

*Dirigente político de la UCR de Buenos Aires y Avellaneda. Periodista y abogado.