Ajuste brutal y… explosión social. Las clases medias son las grandes perdedoras del ajuste. Los discursos políticos y los presuntos analistas hacen de cuenta que el abismo es distante, pero está ahí… a centímetros.
Por Rodolfo Florido
Cualquier politólogo no imbuido de obsecuencia o que ajuste sus palabras a sus deseos, sabe que estamos al borde la violencia y que el reparto de asado en coches frigoríficos no apagará el fuego en las mentes de más de 20 millones de pobres, muchos de ellos ahora provenientes de una clase media que navega entre su capacidad de tolerancia, su histórica resistencia al desorden y su extrema dificultad para sentirse como un colectivo de pertenencia social.
El poder sabe esto y por eso eligió castigar a la clase media. La clase media argentina está parcelada en 3 niveles. Media Alta, media tipo y media baja. La primera tiene algo de margen, las últimas dos han caído. Una, a la media baja y la última a la pobreza.
En todos los casos, nuestras clases medias tienen un nivel cultural que hace que el desorden, la protesta y la violencia les sean repudiables. Hasta sus expresiones y marchas son educadas. Las piedras o el enfrentamiento a las Fuerzas del orden les son ajenas. El Gobierno lo sabe y por eso no le importa. Cuenta con esa pasividad. Una suerte de… déjenlos hacer catarsis que no molestan a nadie.
Así, primero el coronavirus y luego la novela de la vida, muerte y sucesión de Maradona, se transformaron en la morfina política para anestesiar el cuerpo social, conducirlo y acobardarlo. La creciente estructura de empleados públicos es luego la base militante de la vergüenza rentada. De esta manera nadie habla sobre los casi 4 millones de desocupados, el 45 % de pobres, el 10 % de indigentes y de que casi 7 de cada 10 menores de 14 años sean pobres.
“El ajuste no se explica. Se niega”. Eso dijo el asesor de un Ministro.
Caminamos así sobre la construcción de un conflicto del que solo recogeremos violencia y muerte. Una locura que puede y debe ser detenida.
Negar la realidad no hace que esta no exista. Se pueden demorar en algo los efectos, se puede distraer a la sociedad con espectáculos de chusmas de barrio, el aborto, la producción libre de marihuana y el impuesto a la riqueza podrán distraer un tiempito a su propio electorado, pero esto no se puede hacer todo el tiempo. Se cayeron los salarios. No más ATN. Descongelamiento de tarifas. Impuestos nuevos o viejos a la alza. Más carga impositiva sobre las computadoras Made in Argentina. Duplicación de impuestos a tecnología importada adquirida. Reducción de los salarios de los jubilados, 9 millones sin IFE y 1 millón y medio con 8000 pesos de tarjeta alimentar.
El túnel, en algún momento tendrá luz. ¿A que me refiero? A lo que personalmente llamo el síndrome del túnel oscuro. Esto es; si 10 mil personas son ubicadas dentro de un túnel sin ninguna luz y no pueden ver ni saber que es un túnel ni donde está adelante o atrás, ni si a un paso está el abismo, la gente se queda quieta, se paraliza, tendrán hambre y no se moverán, tendrán sed y no se moverán…, pero si una luz se prende en algún lugar del túnel, todos saldrán corriendo hacia esa luz y muchos morirán atropellados y pisados. O sea, las sociedades tienden a no reaccionar cuando no existe esperanza de salida, pero se atropellan entre sí cuando una luz de salida aparece en el horizonte. Todos quieren ser los primeros en llegar a la esperanza, pero no hay lugar para todos y la disputa por alcanzar la luz…, comienza.
Estamos coqueteando con la violencia social y política. Y no serán las muy golpeadas clases medias quienes la inicien. Serán los así llamados sectores populares; clases bajas e indigentes que han tomado los ingresos económicos extraordinarios por el Covid como un derecho adquirido. Millones de familias enteras que han quedado sin trabajo y han recibido del Estado billones de pesos sin contraprestación alguna…, pero la plata se acaba y los servicios no pueden mantenerse eternamente congelados. Cuando la luz aparezca al final del túnel, todos saldrán corriendo hacia la luz pero muy pocos llegarán.
La situación parece tan obvia que incluso aquellos que callaron o no lo advirtieron dirán… era obvio que iba a pasar. No se puede, no en Democracia, transformar el Estado en el único empleador dadivoso de sumas de dinero miserables que no solucionan nada pero acortan el hambre y la sed. Nuestro país tiene provincias enteras en las que los empleados públicos son el 60% o más de sus ciudadanos. Esclavos de una pobreza organizada que les regula el oxigeno para no ahogarse. Así, muchos viven en la indignidad mientras sus dirigentes son ricos terratenientes y productores de insumos que venden y que son comprados con los mismos dineros públicos que ellos mismos generan. Son, al fin y al cabo, como esas antiguas estancias en donde el peón cobra un salario que luego devuelve en el almacén del mismo estanciero que les pagó. El Covid no es el culpable, solo desnudo brutalmente lo que ya venía sucediendo.
Engañados por su propio discurso, esa clase dirigente, no es ni clase ni dirige. Más de 20 millones de los 45 millones de argentinos, solo sobreviven. El temor al desborde ha generado las condiciones para que esto suceda. Los grupos violentos de lumpen organizado descubrieron el día de la muerte de Maradona que la Casa Rosada puede ser tomada casi sin esfuerzo alguno. La delincuencia ha aprendido a victimizarse sabiendo que encontrará voceros políticos que la justifiquen y expliquen. Todos ya saben que cada vez que alguien dice… “este es un problema muy profundo que debemos debatir”… en realidad lo que está diciendo es que no se hará NADA. Todos han aprendido a hablar de manera políticamente correcta para que no los estigmaticen por falta de sensibilidad social. Hipócritas.
Las soluciones no llegan… y no llegan porque no se puede hacer populismo sin plata y porque el Estado no quiere dejar de ser una piraña en un estanque de mojarritas. Se sienten más cómodos recaudando que produciendo. Se sienten más cómodos encontrando culpables que buscando sus propias responsabilidades.
Si no recuperamos nuestra movilidad social ascendente y salimos de esta movilidad social descendente, solo la violencia será la consecuencia del fracaso. O, como dijo Mahatma Gandhi… “Si hay violencia en nuestros corazones, es mejor ser violentos que ponernos el manto de la no violencia para encubrir la impotencia.”