Mientras que llama al acuerdo político, el gobierno nacional retoma la persecución de la disidencia política mediantes la creación del NODIO (Observatorio de la Desinformación y la Violencia Simbólica en Medios y Plataformas Digitales) y así despierta la ilusión de los que creen en la censura como amiga de la verdad.
Por Nicolás Cereijo*
La periodista del diario español La Vanguardia, Pilar Rahola, publicó recientemente una editorial donde hizo la siguiente reflexión: “Todos los censores de la historia han repetido siempre el mismo mantra: su objetivo no es censurar la libertad de expresión, sino proteger la verdad frente a la mentira. Autodefinidos guardianes del relato público, intentan esconder su verdadera naturaleza: el control del pensamiento crítico”. (2/11/2020 “El Nodio”)
Nada más acertado para describir el NODIO que el gobierno argentino impulsa con bombos y platillos, mientras declara la caída en la práctica de la Oficina Anticorrupción por falta de presupuesto. Parece una parodia, pero no, es la Argentina de Alberto y Cristina.
Afortunadamente, la bomba mediática que implicó su gestión haya quedado en pausa debido al profundo rechazo manifestado por periodistas, asociaciones de prensa y políticos opositores.
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Una vez más, el gobierno intenta avanzar con medidas gestadas en el núcleo duro de la coalición mayoritaria (kirchnerismo-camporismo) y se encuentra con la resistencia ciudadana movilizada ante semejantes avances. No pudieron con Vicentín, con las tomas de terreno fomentadas por sus propios espacios políticos y ahora van por la libertad de expresión.
Hablan de un discurso del odio, pero no toleran la crítica. Funcionarios de peso del ejecutivo nacional aluden que la derecha focaliza su discurso en las grandes corporaciones mediáticas. Vaya paradoja de la historia, cuando ayudaron a la desestabilización de los gobiernos de Alfonsín y De La Rúa, no tuvieron pudor en golpear la puertas del Diario Clarín, hoy su supuesto enemigo íntimo.
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Una vez más, la victimización del discurso amigo-enemigo sirve para legitimar la posición de poder. Pero por suerte, cada vez la ciudadanía le impone el límite al gobierno, obligándolo a recular en las decisiones ya que no puede darse el lujo de minar demasiado su apoyo popular, que por cierto no es el mismo que al inicio de la pandemia.
Licenciado en Ciencia Política (UBA). Docente en UBA y Di Tella. Director de Voces Políticas y escribe también en los Diarios La Nación y Perfil.