La pandemia y el boomerang del miedo

Seis meses después, los cadáveres se les apilaron, los contagios se dispararon, la economía se quebró. Lejos quedaron los índices de popularidad del inicio de la pandemia, la posibilidad de colocarse como ejemplo ante el mundo. Y mejor ni hablar de su capacidad o credibilidad para que la gente cumpliera sin chistar con lo que dicen los decretos, hoy letra muerta en la práctica, sobre la necesidad de extender más allá del horizonte una cuarentena que el propio Alberto Fernández dice que no existe, pero aun así mantiene bajadas miles de persianas, separadas a familias, paralizadas a industrias enteras.

Por Luis Pico

Pandemia: El médico presidencial recomendó a Alberto Fernández aislarse en  Olivos | (( La 97 )) Radio Fueguina

Intentaron vender una aparente organización, una eventual puesta a punto del sistema sanitario para cuando hiciera falta. Apelaron al miedo: que si se colapsan los hospitales, que si se agotan las unidades de terapia intensiva (UTI), que si tenemos que elegir entre uno u otro para atenderlo. Para justificarse apuntaron ―y cambiaron la mirilla cuando hizo falta― a distintos culpables: los chetos, los runners, los porteños, los que se juntan en casas un fin de semana, los boludos que se sientan a la vereda de un bar a tomarse una birra.

Nunca se les pasó por la mente apostar por la responsabilidad individual, porque cada uno se cuidara, como en Uruguay, tan cerquita en distancia, tan lejano en el modelo… o en lo oportuno de señalarlo, pues en el mapa lucía más llamativo compararse con Italia, España, Noruega, Suecia, Finlandia, aunque luego salieran en fila, uno por uno, a achacarle a Casa Rosada o Cancillería que se manipularon cifras, que se los sacó de contexto.

Pasaron las semanas, los meses. Ya casi se fue 2020, el año de los acontecimientos locos, inesperados. ¿Qué quedó del modelo argentino, de la cuarentena más larga del mundo? Una economía hecha trizas, miles de empleos destruidos, escuelas y universidades sin señales de apertura, un discurso que buscó dividir a porteños y bonaerenses. Y una cantidad de muertos y contagios descomunal, justo eso que se suponía iba a evitarse con la cuarentena eterna en la que todos deben permanecer encerrados. Todos, menos los que reforman la justicia, los que amagan con expropiar, los que reniegan de los planes económicos, los que sesionan irregularmente en el Congreso.

Tanto apelar al miedo, al control, al desprecio de quienes protestan por sus derechos, no ha calmado a la gente. El boomerang, por el contrario, pudiera devolvérseles a quienes no dan señales de apostar a otra cosa que no sea la inercia de esperar un pico que no llega, de ver crecer exponencialmente una curva de muertes, de contagios, que no toca techo. ¿Hay que cuidarse? Por supuesto. ¿Hay que evitar salir a la calle? Sí, siempre que no sea necesario. ¿Puede eso incentivarse con más discursos de miedo? Difícil, por no decir imposible, si el objetivo es reducir tensiones, dibujar un panorama esperanzador, querer que la gente acote mejor esta medida u otra. Y lo más importante: que se cuiden en el peor momento del coronavirus en la Argentina, que ya se llevó por el medio a más de 10.000 personas y puso en vilo a medio millón.

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