Por Luis Pico
“Es por tu bien”, te dicen al principio. “Es por la seguridad de todos”, mutan, cuando el acoso ya ha avanzado sofisticada y silenciosamente. Cuando reaccionas, si es que lo haces, acabas por darte cuenta de que ya es demasiado tarde. Lo que pienses, lo que propongas, lo sabrán ni bien lo divulgues. ¿Qué harán con eso? ¿Cómo se lo tomarán? Te enterarás sobre la marcha.
Todos comienzan igual. Hablan en nombre del “colectivo”, del “pueblo”. En la retórica suena muy bonito. Pero en la práctica acaban por imponer una única visión: su propio punto de vista.

Lo que sea distinto, el que disienta, caminará por una línea muy fina. Es que entre disentir y delinquir hay una diferencia que para el poder puede ser tan ínfima como difusa.
“No hacemos cyberespionaje, hacemos cyberpatrullaje para detectar el humor social”, reveló la Ministra de Seguridad, Sabina Frederic, con aparente tranquilidad, como tocara solo otro tema de tantos que se tratan todos los días.
Para quienes hayan leído 1984 de George Orwell sabrán sobre la “Policía del Pensamiento” y lo que es la neolengua, que con sutiles modificaciones puede cambiar la percepción sobre algo perverso para hacerlo ver como inofensivo. Porque no es lo mismo decir “control de orden público” que represión, por colocar un ejemplo.
Más allá de cómo lo llamen, lo verdaderamente peligroso del cyberpatrullaje viene (vendrá) en cómo lo ejecuten y para qué lo utilizarán más adelante. Ahora podrán justificar cualquier cosa con la excusa de una crisis y una cuarentena sin precedentes.
No deja de ser llamativo que una afirmación como la de Frederic se produzca cuando en cualquier momento, precisamente en el marco de la pandemia, diferentes gobiernos como Corea del Sur han lanzado aplicaciones para recabar datos sobre posibles infectados y pacientes de coronavirus, a los cuales se los sigue con la geolocalización de sus celulares para cerciorarse de que cumplen la cuarentena, o prevenir que personas sanas concurran a lugares en los que tendrían altas posibilidades de contagiarse.
El uso de la tecnología para combatir al virus que tiene en vilo al mundo es, a priori, un avance que debe recibirse con beneplácito. Pero también es una llave para abrir una caja de pandora en tiempos en los que la tecnología, avanzada y sofisticada, va más rápido de lo que miles de millones de personas pudieran a veces si quiera imaginar y por lo tanto puede ser usada en su contra.
Corea del Sur queda lejos, sí, pero, ¿acaso no puede Argentina valerse de una aplicación similar para su población? Claro que sí. Y en principio no debería verse con malos ojos. Sin embargo, con una ministra de Seguridad que se toma un “cyberpatrullaje” tan a la ligera, no luce muy alentador poner a su disposición los datos y localización de tantas personas.
“Estamos en contra de cualquier cyberespionaje (…) no hacemos indagación, [solo] en el caso de tener indicios damos intervención a la Justicia”, se defendió Frederic tras la polémica que levantó con sus palabras. Muy bien, démosle el beneficio de la duda. Aun así no luce descabellado preocuparse. Qué pasaría con la data que se recabe o en manos de quién podría caer en el futuro y su utilidad resulta una incógnita.
Hoy lo venden como prevención de desórdenes durante la cuarentena. Pero después no se sabe si inventan algo para revisarte el Twitter, el Facebook, o para poner en tela de juicio por qué apareces con este o aquél en una fotografía en Instagram, para qué viajaste a tal sitio o qué reacción tratabas de generar con un simple meme.
Evitar llegar a una vorágine de acoso o espionaje malintencionado —con este gobierno o el que sea— solo será posible con una reacción temprana, con un repudio masivo. E inmediato. De lo contrario puede que luego sea demasiado tarde, sobre todo con asuntos delicados que suele saberse cómo se inician pero no cómo se transforman o en qué terminan.
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