Por Luis Pico
El balón ya dejó de rodar en toda Sudamérica, como lo hizo previamente en las principales ligas de Europa. El fútbol, como el mundo, permanece en vilo por el coronavirus.
Pero en Argentina, o estamos todos locos o somos muy especiales. Los intentos por reducir vehementemente la circulación de personas, la suspensión de clases y las licencias para mayores de 60 años apuntan en que debe prevalecer la prudencia, en que la Copa de la Superliga y la Primera B tienen que parar. Lo ejemplificó River, que prefirió salir sancionado tras cerrar el club. También se molestó Maradona, que quedó en conversar del tema con Tapia.
Las quejas, sin embargo, cayeron en saco roto, aun cuando vinieron de parte de alguien tan especial como El Diego.
Y lo que más desconcierta no es la tozudez de la AFA y dirigentes de los clubes. Más agravante es que el propio presidente Alberto Fernández, ese que pide a la gente permanecer en sus casas porque “cuidarse uno es cuidarlos a todos” vea como un “divertimento” que podamos ver los partidos desde casa mientras soportamos el encierro para cumplir con la cuarentena.
Pedirle a la gente que se resguarde, que se proteja, mientras jugadores, cuerpos técnicos, directivos y periodistas se mantienen expuestos a contagiarse, cuando se los puede – y debería- proteger como al resto de la población, no tiene sentido.
Tampoco ha de causar mucha emoción a hinchas y público en general ver partidos de un torneo desnaturalizado por la propia crisis del coronavirus, sobrevolado por los fantasmas de la incertidumbre que genera el no saber si se jugará el próximo fin de semana, o si dentro del vestuario, poco antes de salir, deciden suspender todo porque algún compañero tiene elevada la temperatura o lo afectó una gripe común.
Que trabajadores de la salud, de farmacias y supermercados no puedan detener sus labores en una crisis sin precedentes como esta es entendible. Cuando a alguien se le vacíe la heladera luego de una semana encerrado, debe poder ir a comprar y alguien tendrá que atenderlo.
Pero que los futbolistas y todo lo que rodea al fútbol tenga que exponerse porque “les parece” que no es riesgoso es realmente innecesario. Quienes vemos fútbol y somos hinchas de algún cuadro nos hemos sentido tristes, casi de luto, luego de casi dos semanas sin poder gritar un gol, sin encontrar algo divertido para mirar en la televisión. Pero podremos sortear este parón tan inesperado, saldremos adelante sin este deporte que es casi una religión.
Más aún: si tomamos las medidas, si prevenimos, si cada uno se cuida y por ende protege al resto, más rápido podremos pasar la página del coronavirus para retomar esa ansiada libertad, esa rutina a veces menospreciada, y el fútbol, en Argentina y el mundo, volverá a estar ahí plenamente, como siempre estuvo, desde que tenemos conciencia y esperamos se mantenga hasta el final de nuestros días.
Mientras en Argentina se mantiene el fútbol –aunque a puertas cerradas– en el resto de Sudamérica todos los torneos se encuentran suspendidos.
En Europa, España e Italia tienen sus campeonatos también detenidos. En ambos países se implementó jugar a puertas cerradas, sin que ello impidiera que jugadores como el argentino Germán Pezzella (Fiorentina) se contagiaran del coronavirus.